PAAKAT: Revista de Tecnología y Sociedad
prts PAAKAT: revista de tecnología y sociedad PAAKAT: rev. tecnol. soc. 2007-3607 Universidad de Guadalajara, Sistema de Universidad Virtual 10.32870/Pk.a9n17.449 00003 00003 Sección especial La importancia del círculo. Las tecnologías de la información y la comunicación en la conformación del clan de las mujeres The importance of circle. The information and communication technologies in the conformation of the women’s clan 0000-0002-7600-8573 Navarro Casillas Ana María 1 * Doctora en Estudios Socioculturales. Profesora investigadora del Departamento de Comunicación. Universidad Autónoma de Aguascalientes. Correo electrónico: anama.navarro@gmail.com. Universidad Autónoma de Aguascalientes Departamento de Comunicación Universidad Autónoma de Aguascalientes Mexico anama.navarro@gmail.com 18 10 2019 09 2019 9 17 00 00 14 06 2019 22 07 2019 Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons Resumen

Ante la dinámica de la vida actual, que alienta la competencia en lugar de la empatía y la colaboración, así como la tendencia patriarcal que históricamente ha desestimado las asociaciones de apoyo y conocimiento femenino, han surgido grupos que promueven la conformación de nuevos círculos inspirados en un pasado mítico ancestral, donde el clan de las mujeres pueda constituirse como agente de cambio cultural. Este texto analiza la reflexividad de las coordinadoras de estos grupos y la manera en que las tecnologías de la información y la comunicación se integran a sus proyectos y prácticas, en los que juegan el papel de medio y de mediador para la resignificación contemporánea de los círculos de mujeres.

Abstract

Faced with the dynamics of today's life, which encourages competition instead of empathy and collaboration, as well as the patriarchal tendency that has historically underestimated female support and knowledge circles, groups have emerged that promote the conformation of new circles inspired by a mythical ancestral past, where the clan of women can become an agent of cultural change. This paper analyzes the reflectivity of the coordinators of these groups and how information and communication technologies are integrated into their projects and practices, which play the role of medium and mediator in this contemporary redefinition of women's circles.

Palabras clave: Comunidades ecosociales reflexividad agentes de cambio internet redes sociales digitales Keywords: Ecosocial communities reflexivity agents of change internet digital social network
Introducción

Las primeras décadas del siglo XXI han estado marcadas por la presencia de las redes sociales digitales como herramientas de comunicación en todos los niveles. Este texto tiene como objetivo analizar la forma en que se articula la reflexividad de las coordinadoras de grupos como círculos de mujeres y carpas rojas, con el uso de canales de comunicación como las redes sociales (Facebook, WhatsApp e Instagram) y páginas web. Su presencia en estas plataformas les ha servido para potenciar su trabajo en red con otros grupos similares a nivel global, en especial en América Latina y España, a la vez que organizan y generan prácticas que se llevan a cabo en el plano presencial.

La combinación de distintas herencias culturales, sociales, ideológicas, psicológicas e incluso literarias, ha tenido como resultado la conformación de los círculos de mujeres, en los que las participantes se reúnen alrededor de una fogata para compartir vivencias, cantos, aprendizajes o para realizar actividades rituales como el temazcal2 y carpas rojas, cuyo tema principal es la resignificación de lo que es ser mujer menstruante, es decir, cíclica. Para designar estos dos tipos de proyectos que tienen prácticas y discursos similares, aunque difieren entre sí en algunas de sus propuestas, proponemos el término: comunidades ecosociales de mujeres.

La palabra comunidad expresa, por una parte, la forma en la que las coordinadoras de ambos tipos de proyectos llaman a sus propios grupos; se basan en los principios de no jerarquías, de compartir con las demás y de crear en conjunto nuevas narrativas. Por otro lado, también refleja una denominación que se gesta en las páginas de Facebook, donde al crear un perfil grupal, una de las posibles categorías es precisamente la de comunidad, y recientemente la de organización comunitaria.

El concepto ecosociales se retoma de Valdés (2014, p. 333) . Para esta autora, las participantes en estas comunidades (ella habla específicamente de círculos de mujeres, pero agregamos aquí a las carpas rojas) son “agentes de cambio ecosocial, mujeres en conciencia corporal, con conciencia de género y conciencia ecológica”. Ellas elaboran un discurso para mujeres sobre la menstruación, el cuerpo, sus vínculos con lo sagrado y lo ancestral. Expresan su objetivo de ayudar a cambiar las concepciones que se tienen al respecto en el ámbito social y cultural. Lo anterior, desde el punto de vista de estos grupos, contribuiría a regresar a la mujer el poder de decidir sobre su cuerpo, así como la oportunidad de cuidar a la madre tierra, con quien dicen compartir una esencia femenina creadora.

En la investigación de la que se desprende este texto,3 se analizó la reflexividad, entendida en términos de Archer (2007), y el papel como agentes de cambio (Bolen, 2012 y 2014; Giddens, 2011; Touraine, 2007) de diez coordinadoras de comunidades ecosociales de mujeres. Con un diseño de investigación cualitativa, se identificó, primero en redes sociales y páginas de internet, la existencia de los círculos de mujeres y de las carpas rojas. A manera de exploración de campo, se llevó a cabo el seguimiento de algunas de las actividades y publicaciones digitales de las comunidades. A través de los medios digitales se realizó el contacto con las coordinadoras. El trabajo de campo se llevó a cabo mediante la utilización de la observación participante (Atkinson & Hammersley, 1994) y entrevistas cualitativas enfocadas (Sierra, 1998), en el período comprendido entre 2015 y 2016.

Se encontró que sus preocupaciones fundamentales giran en torno a la necesidad de recuperar el círculo, la memoria ancestral, la voz propia y la conexión con sus cuerpos; todos ellos perdidos a causa del patriarcado, al que le atribuyen la responsabilidad histórica de haber promovido las guerras, la conquista del cuerpo y la voluntad de las mujeres, además de haberlas relegado, desestimar o perseguir y acallar a aquellas que eran poseedoras de saberes como el uso de las plantas medicinales, por ejemplo.

El clan se basa en el ideal de un pasado feliz pre-patriarcal donde el círculo primigenio era valorado y tenía sus espacios para que las personas se encontrasen y ayudaran entre sí, pero al mismo tiempo apunta a la utopía de un mundo feliz de mujeres sanas (sin heridas subjetivas ni históricas), hermanadas, autoconscientes y empoderadas, en otras palabras, soberanas de sí mismas. Esta idea de unión, de hermandad o de estar conectadas, responde a la preocupación fundamental de los círculos de mujeres y de las carpas rojas por cambiar el estado de cosas del sistema cultural, basadas en la certeza de que entre más mujeres estén conscientes de sí mismas y asuman su papel de creadoras en conjunto con las demás, de co-creadoras, entonces el mundo podrá cambiar.

Las mujeres como agentes reflexivas

La teoría de la estructuración, según lo explica Giddens (2011), se interesa por el carácter activo-reflexivo de la conducta humana, el lenguaje y la comprensión de sentido, así como en sus respectivas conexiones. La acción humana y las estructuras sociales forman una dualidad en la que dependen una de la otra, donde los agentes se desempeñan como eruditos de sus acciones y a la vez son reproductores y transformadores.

Giddens (2011) define estructura al conjunto de reglas y recursos que intervienen en la reproducción de sistemas sociales, pero no se trata de las estructuras rígidas determinantes del actuar de los agentes, externos a ellos, sino que existen como huellas, producto de una historia que se registra como memoria en un espacio-tiempo y se ubican como “la base orgánica de un entendimiento humano” (p. 396). Además, se actualiza con la acción de los agentes, de manera que no es independiente de ellos, sino que es una relación dual agente-estructura. Al asumir esta perspectiva, las comunidades ecosociales de mujeres pueden ser consideradas agentes, portadoras de estructura, capaces de actuar para cambiarla. Esto coincide con otros autores que han llamado agentes a las mujeres que pertenecen al movimiento feminista o a las mujeres del círculo (Bolen, 2012; Ramírez, 2014; Touraine, 2007; Valdés, 2014).

De acuerdo con Giddens (2011), existen algunos factores que influyen en las condiciones de reproducción o de cambio sistémico ligadas a la acción de los agentes, entre ellos se encuentran los medios de acceso que los actores tienen al conocimiento, la forma en que lo articulan, así como la validez de creencias y los factores relacionados con los medios de difusión que estén disponibles para los agentes. Destaca la trascendencia de los medios de comunicación que han brindado a las sociedades la posibilidad de almacenar, analizar y recuperar información, lo que se volvió posible, primero, gracias a la imprenta y luego por los medios electrónicos de comunicación de masas.4 También está relacionado con los elementos que median entre el cuerpo del agente y su entorno.

Archer (2007) sostiene que las acciones de los agentes responden a sus preocupaciones más elementales, de las que surgen sus proyectos y prácticas, y por medio de estos abren su paso por el mundo. El cambio cultural es uno de los temas centrales de la teoría de la aproximación morfogenética, donde la autora defiende que agencia y estructura deben ser estudiadas como entes separados, aunque relacionadas entre sí.

Archer define el término reflexividad como el fuerte proceso reflexivo, las deliberaciones sobre asuntos primordial y necesariamente sociales: “La reflexividad es el ejercicio regular de la habilidad mental, compartido por toda la gente normal, para considerarse a sí mismos en relación con sus contextos (sociales) y viceversa5” (Archer, 2007, p. 4). A través de la reflexividad los agentes se convierten en activos para desarrollar y definir sus preocupaciones o intereses fundamentales; estos dos factores son los que más les importan y que les confieren su singularidad como personas. De las preocupaciones fundamentales nacen los proyectos con base en objetivos, y son los que marcan el curso de la acción; para lograrlos, se diseñan y se realizan prácticas.

La explicación de las acciones de los agentes en los términos de la secuencia que analizamos previamente, identificó y separó las preocupaciones principales de las coordinadoras de las comunidades ecosociales de mujeres en torno a las cuales se han conformado sus proyectos (círculos de mujeres, carpas rojas) y las prácticas que realizan para alcanzar sus objetivos.

Las preocupaciones primordiales y, por tanto, la acción de las comunidades ecosociales de mujeres, están enunciadas en términos ecofeministas, aunque no solamente se circunscriben a estos. Su agencia tiene que ver, entre muchos otros aspectos, con el ciberespacio y las tecnologías de la información y la comunicación, como elementos presentes en las prácticas que responden a sus proyectos, es decir, por su capacidad de uso y apropiación de las TIC para convocar y generar espacios en línea y gestionar, a partir y por medio de ellos, encuentros presenciales.

Feminismos: diversos y en crisis

En la actualidad el término feminismo atraviesa por una situación complicada: las redes sociales han hecho públicas luchas y posturas ante diversas causas, desde el aborto legal hasta el uso de la copa menstrual. Se trata de un momento de crisis para el concepto que, con la comunicación digital, ha sido utilizado para denostar personas y posturas, la mayoría de las veces desde el total desconocimiento, al asociarla con posiciones que han sido entendidas, de manera descontextualizada, como de odio hacia los varones. No obstante, el feminismo ha servido para condensar y designar todo un proceso histórico de pensamientos y luchas a favor de distintas causas enarboladas por mujeres; al mismo tiempo se ha convertido en una nueva identidad para las mujeres que se llaman a sí mismas, o son llamadas, feministas.

Las pensadoras, activistas y teóricas feministas a lo largo de la historia se han propuesto dotar al mundo de otra mirada para interpretar la realidad. Como ejemplo de los distintos estilos del feminismo académico Lengermann y Niebrugge-Brantley (1993) hicieron una clasificación de la diversidad de teorías: las de la diferencia, las de la desigualdad y las de la opresión. Estas ofrecen respuestas distintas a las siguientes preguntas: ¿qué hay de las mujeres? y ¿por qué la situación es como es?

Las comunidades ecosociales de mujeres son entendidas dentro del contexto del pensamiento al destacar, entre sus principales posturas, las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, en lo que Castells (2001) tipifica como feminismo esencialista que combina el enfoque ecofeminista con el espiritualista. Esta corriente “enlaza la feminidad con la historia y la cultura, y reclama el mito de una era dorada matriarcal en la que los valores de las mujeres y el culto a la diosa aseguraban la armonía social” (Castells, 2001, p. 224). Tienen su fuerza en la unión de la biología, la historia, la naturaleza y la cultura, además de “en la afirmación de una nueva era construida en torno a los valores de las mujeres y su fusión con la naturaleza” (p. 224).

El discurso espiritual de estas comunidades se centra en el concepto de lo sagrado en torno al cual se ha construido una narrativa que asocia a la mujer con una dimensión de divinidad; la mujer sagrada no tiene un sentido de virtud y recato inculcado por las religiones judeocristianas, sino más bien una postura de fuerza, de independencia, de conexión metafísica con el resto del clan femenino y la naturaleza. A partir de estas ideas se promueve la realización de prácticas rituales en donde tienen cabida las diosas, es decir, símbolos religiosos femeninos adoptados por los círculos de mujeres y en menor medida por las carpas rojas.

Lo anterior responde al tipo de religiosidad posmoderna de la que hablan autores como Hervieu-Léger (1987, 2004, 2008), Champion (1988) y Beck (2009), quienes exponen que las creencias y prácticas religiosas se han transformado como resultado de la modernidad ilustrada; entre los cambios característicos reportan una religiosidad más personal conformada a partir del acceso a recursos simbólicos diversos, cada vez menos regida por los cánones institucionales. Los ritos, las meditaciones, los cantos y los símbolos utilizados por las comunidades ecosociales de mujeres, reúnen elementos tomados de la New Age y de lo que de la Torre y Gutiérrez llaman neomexicanidad (2017).

Al respecto del enfoque actual hacia temas espirituales, Gil (2016) explica que, pese a lo que se creía, la modernidad no significó el fin del pensamiento religioso, sino que “por el contrario, más bien, asistimos no solo a la pervivencia de lo religioso, sino a la producción de formas modernas de religión y sacralidad” (p. 613) en donde lo religioso se hace plural. En esta transformación, los medios de comunicación han jugado un papel importante al promover discursos resignificados sobre lo que es divino:

Desde finales del siglo XIX la diosa se ha liberado y ha vuelto a recuperar parte de su presencia. De la mano de la ecología, de los movimientos feministas y de la visión holística del universo, el arquetipo femenino emerge con fuerza en la actualidad; el mito antiguo se reviste de ropajes modernos y desfila ante nosotros a través de, como veremos, los discursos publicitarios (Gil, 2016, p. 615).

En el proyecto de las comunidades ecosociales de mujeres se combinan el pensamiento ecofeminista,6 el discurso pro ecológico y la comunicación digital del siglo XXI, con prácticas espirituales eclécticas que retoman símbolos y ritos de distintas culturas orientales, europeas y, en la actualidad, de América. Estas mujeres se congregan en círculos (en algunos casos, dentro de temazcales); en estas reuniones, los altares, las oraciones e incluso los cantos están enfocados comúnmente a divinidades femeninas, lo que Simonis (2012a) llama la cultura de la diosa. En sus redes sociales, son comunes las menciones a la diosa y la utilización de ilustraciones o símbolos gráficos que hacen referencia a divinidades o a la trascendencia espiritual.

El ecofeminismo surgió del acercamiento entre dos tipos de pensamientos críticos: el feminismo y el ecologismo. Su postura no fue solo contra la dominación de la mujer, sino también contra la dominación de la naturaleza, ambas ligadas al paradigma ideológico que coloca al varón como amo y guerrero (Puleo, 2010). Este feminismo busca una ginecología y medicina alternativa frente a los tratamientos invasivos de médicos y grandes laboratorios farmacéuticos. Se interesa por la defensa de los indígenas, víctimas de la destrucción de la naturaleza, por el pensamiento maternal y la ética del cuidado, y por recuperar el control del propio cuerpo, entre otros asuntos. Puleo (2010) aclara que algunas de las vertientes de ecofeminismo han derivado en una religiosidad propia que genera un culto a la diosa y el reconocimiento del carácter sagrado de la naturaleza.

Simonis (2012b) retoma lo que explica Christ (2012) y afirma que el retorno de la idea de la Diosa entre las feministas de la espiritualidad responde a cuatro afirmaciones: la diosa como representación del poder femenino, como afirmación positiva del cuerpo de la mujer contraria a la imagen patriarcal, como signo de la voluntad femenina en armonía con la energía de otros seres, y como potenciador de los lazos de sororidad existentes entre mujeres.

Las mujeres como agentes de cambio cultural en las redes sociales

En esta investigación se dio seguimiento a diez coordinadoras de comunidades ecosociales mediante observación participante y entrevistas cualitativas enfocadas (Atkinson & Hammersley, 1994; Sierra, 1998). Se llevó a cabo un análisis narrativo (Riessman, 1993) de los registros y fueron interpretados con el marco teórico anteriormente expuesto, que considera que los agentes, aunque portadores de estructura, pueden cambiarla con su acción, la cual se deriva de su reflexividad. Los resultados obtenidos muestran que sus preocupaciones fundamentales se traducen en dos tipos de proyectos similares: círculos de mujeres y carpas rojas, con posturas que pueden entenderse desde el ecofeminismo.

En la primera fase, como inmersión al campo (durante el año 2014), se dio seguimiento a las redes sociales, blogs, listas de distribución de correo electrónico, y páginas de internet de diferentes comunidades ecosociales de mujeres, tanto de México como de Latinoamérica. Se llevó un registro de los nombres y de los tipos de propuestas de las comunidades observadas, de entre las cuales se identificó la existencia de grupos autodenominados círculos de mujeres y carpas rojas. A partir de esta aproximación, se estableció el contacto con diez coordinadoras de distintos estados de la república mexicana, una de Colombia, y una de Estados Unidos, con quienes se llevó a cabo la segunda fase de manera presencial.

A partir de la observación en campo, y las narraciones obtenidas mediante las entrevistas, se encontró que las preocupaciones fundamentales de las coordinadoras de las comunidades ecosociales de mujeres están estrechamente ligadas a la intención de resignificar la idea de lo que es ser mujer en la actualidad. Se pueden resumir en los siguientes rubros:7

Pérdida del círculo: la mujer es gregaria y requiere del grupo para compartir conocimiento y ser fuerte.

Despojo de la memoria ancestral: olvidar el conocimiento del pueblo femenino ha tenido como consecuencia la desconexión con el linaje materno y la interrupción del legado.

Desconexión de sus cuerpos, procesos y ciclos: el autoconocimiento se hace necesario, pero desde una mirada diferente a la de la medicina patriarcal.

El silencio: el hombre define a la mujer, le dice quién es, qué siente, cómo curarse, define sus procesos, la estigmatiza y la acalla.

Heridas emocionales, físicas e inconscientes por sanar: históricamente la mujer ha sido vulnerada y ha acumulado heridas.

Pérdida del poder: la mujer, para ser libre y soberana de sí misma requiere sanar, autoconocerse y resignificarse.

Daño ecológico a la tierra y a la mujer conectada con esta.

Las coordinadoras comparten la idea del círculo como arquetipo de organización sin jerarquías (muchas veces pretendida, o declarada en un plano más ideal que real), donde todas las mujeres participantes tendrían las mismas oportunidades de hablar, escuchar, aprender, apoyar y ser apoyadas. Para cambiar los significados culturales del ser mujer, de la menstruación y la sacralidad en lo femenino, es necesario crear comunidad, recuperar el clan.

La figura del círculo se basa en que ninguna de las personas que lo integran es más importante que otra; esto lo define Bolen (2012, p. 21) como “una forma arquetípica que resulta familiar a la psique de las mujeres pues es personal e igualitario”. Además, explica que en el círculo la relación es mucho menos jerarquizada en donde la clave es el apoyo que las mujeres dan y reciben a través de las acciones, “escuchando, presenciando, representando un modelo, reaccionando, profundizando, haciendo de espejo, riendo, llorando, sintiéndose afligidas, inspirándose en la experiencia y compartiendo la sabiduría de la experiencia” (Bolen, 2012, p. 21). Nadia lo ve de esta forma:

Pero ¿qué pasa cuando lo haces en círculo? ¿Qué pasa cuando tienes a otras diez mujeres ahí, eh… en las cuales de pronto te reconoces en sus experiencias? Y no te ha pasado lo mismo que a ella, pero sientes que algo se vuelca dentro de ti. Empatas, ¿no? Y de pronto reconoces en otra experiencia cosas idénticas que a ti te pasaron, entonces te sabes que no estabas sola, ¿sí? Y entonces en esa compartición, ¿puede haber jerarquía? ¿La experiencia de una es más válida que la de la otra? ¿O más dolorosa? ¿O más dichosa? O sea, ¡no lo hay! Entonces desde ahí entendemos que no puede haber quién guíe, ni quién esté arriba de las demás, ni quién diga pa’ dónde (Nadia, entrevista personal, 14 de marzo de 2016).

Para Ramírez (2016, p. 509) “un círculo de mujeres se construye como un espacio de contención, de aprendizaje, de crecimiento y de (auto) conocimiento”. En el círculo se llevan a cabo las reuniones, se comparten experiencias, opiniones, surgen emociones, el compromiso es que nada tiene que salir del círculo. En el ciberespacio esta regla se traduce en un compromiso personal; al participar en un chat, o en un grupo cerrado de Facebook, se puede compartir con los demás la información pública, la que contiene datos generales, mensajes que todos pueden escuchar, pero las confidencias, problemáticas o logros personales deben quedar en el interior del círculo.

Las comunidades ecosociales de mujeres se constituyen en el tiempo y el espacio. En el tiempo existen en el lapso que comprende la actividad, desde el momento en que con algún ritual se abre el círculo, y el momento en que se cierra. En el espacio las reuniones tienen un lugar que por sí mismo simboliza la delimitación, por ejemplo, en temazcales (los círculos de mujeres) y entre telas rojas (las carpas rojas). No obstante, las características espacio-temporales de estos grupos tienen otros matices distintos cuando se trata del ciberespacio.

En redes como Facebook, YouTube e Instagram, el círculo permanece abierto, con la posibilidad de interacción continua. En prácticas como los webinars, donde las participantes se registran, el tema se desarrolla en un tiempo determinado, el círculo se abre y se cierra, marca el sentido de la temporalidad, del principio y del fin.

De esta forma, coincidimos con Scolari (2008, p. 277), quien entiende el ciberespacio como un “espacio resignificado donde se asientan las comunidades virtuales y la distancia se mide en clics”; además afirma, al estilo de McLuhan, que “las tecnologías no solo transforman al mundo, sino que también influyen en la percepción que los sujetos tienen de ese mundo” (Scolari, 2008, p. 273), al dar como resultado nuevas formas de comunicar, cuyo componente fundamental es la capacidad de crear redes.

Las comunidades promueven la idea de una identidad compartida. Sin importar las diferencias entre las participantes, todas tienen algo en común: están integradas por mujeres y, por tanto, entre ellas existe un lazo, incluso si son desconocidas; este lazo es fuerte porque las hermana y representa una historia milenaria de conocimientos olvidados o resguardados por otras mujeres, de heridas provocadas por el sistema patriarcal. Las carpas rojas y algunos círculos de mujeres refuerzan esta idea de identidad con el argumento de que todas las mujeres menstrúan, lo que marca una identidad al existir un “hilo rojo” que une a todas en el mundo.

Cuando nosotros no tenemos una imagen muy positiva con lo femenino, tenemos conflicto con nuestra jefe mujer, con las amigas, con todo esto. Entonces yo dije: no puede ser, si a todas nos une la misma, el hilo, el hilo rojo en el planeta, es lo común que tenemos, ¿por qué vamos a tener conflicto? (Mónica, entrevista personal 8 de noviembre de 2015).

La pertenencia a una comunidad mayor es uno de los principales argumentos a la hora de conformar el clan de las mujeres. Ser parte de un grupo social grande aporta un sentido de poder a las acciones y propuestas que ellas emprenden. Durante las reuniones suelen cantar una canción que dice: “somos un círculo, dentro del círculo, sin principio ni final”; se trata de pertenecer como mujer al grupo de todas las mujeres del mundo, al pueblo femenino y a la idea de que todas son una misma.

“Ser mujer sagrada, ser un femenino consciente supone una gran dosis de amor, pero también mucha determinación y firmeza para poder despertar la diosa en nuestros corazones”.8 Estas palabras, tomadas de una publicación en Facebook de un círculo de mujeres, reflejan muchos aspectos de la postura de las comunidades ecosociales. Una parte habla de lo sagrado como una condición de ser mujer, pero que está dormido, heredado por generaciones desde un pasado mítico en que las mujeres eran las sabias de sus tribus y se reunían en concejo.

Otra parte habla de ser un femenino consciente, que para cada coordinadora puede representar temas diferentes: conciencia crítica desde una ideología feminista, autoconocimiento de sí mismas o un sentido espiritual de trascendencia. Un tercer componente es el que pone en el mismo enunciado a la mujer, el amor, la determinación y la firmeza; atributos controvertidos, los dos primeros debido a la suposición de que la mujer y el amor son inherentes, y los siguientes elementos porque suponen un acto de voluntad, un ejercicio de la libertad.

La publicación en Facebook a la que se hizo referencia anteriormente fue convocar a un círculo ritual de mujeres en el que se encendería el fuego para calentar las piedras del temazcal al que se entraría con faldas largas. Al ser un símbolo de contención, uno de los principios de estas reuniones es que lo que pasa en el círculo se queda en él.

Es ahí donde la energía se genera y se conecta con otros círculos en un trabajo planetario (Bolen, 2012). En su interior, ante un altar dedicado a deidades o símbolos femeninos, las mujeres meditan, hablan de sus cuerpos, de sus emociones, de su historia. Ahí aprenden, entre otras cosas, acerca de sus funciones biológicas y se reencuentran con la idea que tienen sobre lo que es ser mujer.

“Somos una red global y estamos aquí para cambiar el mundo”, se lee en la página web de una propuesta de comunidad de mujeres llamada Red Tent in every Neigborhood (Carpa Roja en cada barrio).9 Para los círculos de mujeres y las carpas rojas, el trabajo de las mujeres forma una red, un tejido que tendrá como resultado la sanación de heridas profundas que el género femenino ha interiorizado; heridas emocionales como la creencia de que la menstruación es vergonzosa, o físicas, como los padecimientos en el sistema reproductor femenino.

Las comunidades ecosociales explican que la mujer es cíclica y que cada mes atraviesa por distintas etapas de su propio ser. Depende de la tradición de la que provenga cada coordinadora, dichas etapas recibirán nombres diferentes, pero de manera frecuente son equiparadas con las fases lunares, al grado que a la menstruación se le llama la luna.

La mujer lunar, capaz de gestar y de sangrar, es vista por las comunidades ecosociales de mujeres como ligada a la naturaleza, ese ser abstracto a quien también se la llama madre tierra o Pachamama. Culpan a la cultura patriarcal de haber desarrollado políticas y economías basadas en el dominio y la explotación de los recursos naturales. En sus discursos, ellas hablan de que los hombres, cazadores y guerreros, devastaron en lugar de respetar el principio creador del planeta.

El uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), y más del microbloggin (Java, Song, Finin, & Tseng, 2007), ha sido un tema primordial en la popularización de estas comunidades. Las redes sociales y otros espacios como los blogs y las páginas web, las congregan como comunidades más allá de las limitaciones geográficas; les proporcionan el medio para retomar y difundir discursos que apoyan sus premisas sobre el cuidado de la naturaleza, el sagrado femenino, la diosa y el poder de la mujer cíclica, donde las mujeres son artífices del cambio planetario y la toma de conciencia respecto a las mujeres como creadoras de una nueva era. Las TIC son, para todo lo anterior, componentes, mediadoras y mediáticas fundamentales.

Estas prácticas se presentan en un momento social determinado al que Castells (2006) llama la sociedad red, en la cual las TIC son protagonistas del entramado de relaciones y el intercambio de significados entre los actores sociales. La sociedad red es “aquella cuya estructura social está compuesta de redes potenciadas por tecnologías de la información y de la comunicación basadas en la microelectrónica” (Castells, 2006, p. 27). En esta definición la estructura social está constituida por “acuerdos organizativos humanos en relación con la producción, el consumo, la reproducción, la experiencia y el poder, expresados mediante una comunicación significativa codificada por la cultura” (p. 27).

Para Castells (2006), las redes no son una forma específica exclusiva del siglo XXI, más bien constituyen la estructura fundamental de toda clase de vida. Hace un recorrido por la historia del nacimiento de la sociedad red para evidenciar que la “revolución de las tecnologías de la información y la comunicación”10 (p. 47), acontece junto con la existencia y expansión de movimientos sociales culturales en la década de los sesenta y setenta, como el feminismo y el movimiento ecologista (pp. 45-46), entre otros. Dice que estos movimientos sociales estuvieron orientados hacia una transformación de los valores de la sociedad (p. 46).

Los valores propuestos por estos movimientos y que, según el autor, crearon una nueva cultura en el mundo, eran la libertad, la autonomía personal frente a las instituciones de la sociedad y del poder, la diversidad cultural, la afirmación de derechos, y el valor de la solidaridad ecológica o la reunificación del interés de la especie humana como bien común.

En la segunda década del siglo XXI, la búsqueda de estos valores sigue vigente, en algunos casos se han institucionalizado y se han convertido en objetivos internacionales, como para el caso de la ONU (2014); pero por otra parte, también las acciones de otro tipo de agentes, como las comunidades ecosociales de mujeres, van encaminadas al cambio por medio de estos valores sociales. Castells propone tres tipos de identidad: legitimadora, de resistencia y la de proyecto.

Esta última se integra cuando los actores sociales colectivos “construyen una nueva identidad que redefine su posición en la sociedad y, al hacerlo, buscan la transformación de toda la estructura social” (Castells, 2001, p. 30). Como ejemplo cita el caso de las feministas y sus luchas por cambiar la estructura patriarcal. “El análisis de los procesos, las condiciones y los resultados de la transformación de la resistencia comunal en sujetos transformadores es el ámbito preciso para una teoría del cambio social en la era de la información” (p. 32).

La propuesta teórica de Castells (2006) con respecto a la sociedad red, es que esta debe ser entendida como una arquitectura de redes auto-reconfigurables, como resultado de la interacción entre geometrías y geografías de la vida social, de las redes dominantes e incluso de las formas sociales que están desconectadas de la estructura de la red global. Para el autor, el principal componente de su teoría es la comunicación:

La cultura de la sociedad red global es una cultura de protocolos que permiten la comunicación entre diferentes culturas sobre la base no necesariamente de valores compartidos, sino de compartir el valor de la comunicación. Esto quiere decir que la nueva cultura no está basada en el contenido, sino en el proceso. Es una cultura de la comunicación por la comunicación. Es una red abierta de significados culturales que pueden no solo coexistir, sino también interactuar y modificarse mutuamente sobre la base de este intercambio (Castells, 2006, p. 69).

En este contexto, las tecnologías de la información y la comunicación han desempeñado un papel central en este intercambio de significados y en la reelaboración de las relaciones entre los miembros de la sociedad. Entre las TIC destacan las redes informáticas interactivas, que crean “nuevas formas y canales de comunicación, dan forma a la vida, a la vez que esta les da forma a ellas” (Castells, 2002, p. 28). Pérez (2012) añade que internet cuenta con herramientas que hacen posible la realización de lo que llama actos comunicativos, los cuales han pasado de ser procesos de comunicación que respondían a objetivos muy precisos, a posibilitar procesos de comunicación grupales.

Parte de este cambio conceptual, tanto de la tecnología como de la comunicación, tiene implícita la capacidad de crear y expandir redes de interacción comunicacional. Para Scolari (2008) esta capacidad es “uno de los componentes fundamentales de las nuevas formas de comunicación” (p. 93), hasta el punto en que los usuarios se convierten en parte del contenido de los medios interactivos, es decir, como señala McLuhan, “el usuario es el mensaje” (p. 98).

Pérez (2012) y Scolari (2008) atribuyen esta capacidad comunicativa, la influencia de internet y de las TIC en la comunicación actual a la hipertextualidad, una de las características de los hipermedios, los cuales pueden “presentar altos niveles de interactividad, capaz de posibilitar trayectorias comunicativas lineales y no-lineales; que como parte de sus recursos de interacción, puede incorporar y adaptar en su interior, a otros medios y los recursos expresivos que derivan de ellos” (Pérez, 2012, p. 251). Este carácter hipertextual e interactivo ha contribuido para crear grupos o redes de personas que se comunican, y ha posibilitado también la creación de lazos a los que algunos autores han llamado comunidades virtuales (Castells, 2002; Rheingold, 1996; Scolari, 2008).

Thompson (1998) expone que con los medios de comunicación y sus características de producción, fijación y reproducción de los mensajes o formas simbólicas, se ha generado una alteración en la forma en que se percibe el tiempo, el lugar y la historia. Con estos cambios se ha reconfigurado el sentimiento de pertenencia a un grupo o comunidad, el cual deriva una historia y lugar compartidos, una trayectoria en tiempo, espacio y distancia. Lo anterior ahora está mediado por nuestra relación con las formas simbólicas mediáticas, por lo que “sentimos que pertenecemos a grupos y comunidades que se han constituido, en parte, a través de los media” (Thompson, 1998, pp. 56-57).

La comunicación como proceso que articula la conformación de redes de interacción social mediadas por las tecnologías, y en el contexto de lo que Castells (2006) llama la sociedad red, posibilita la discusión académica para el análisis de las prácticas comunicativas de las comunidades que se conforman, adoptan y adaptan a las posibilidades actuales del ciberespacio, a partir de la segunda década del siglo XXI, cuya hipertextualidad (Pérez, 2012) permite, o en su caso restringe, las posibilidades de intercambio de significados; es decir, la agencia en la lógica de la sociedad red entre las comunidades de mujeres.

Conclusión: la importancia de pensarse en grupo

Bajo condiciones sociales y económicas dominadas por el patriarcado, las mujeres han sido alejadas de sus entornos primarios: la familia y los círculos de parto, la compañía y la colaboración de otras mujeres con las que se generaban lazos, incluidas sus madres o hijas para insertarse en una estructura moderna. Así perdieron la fuerza que les daba su clan. Las mujeres, para las coordinadoras de las comunidades ecosociales, son seres gregarios, y como tales, el grupo en el que colaboran es necesario. Sin embargo, en el ambiente patriarcal, ellas han entrado a la lógica de la competencia y el enfrentamiento.

Las comunidades ecosociales aseguran que las mujeres reunidas con una intención clara, generan una sinergia por medio de la cual se reúnen con las mismas intenciones de todas las mujeres en el mundo que también estén enfocadas en los cambios culturales. Su argumento se basa en que aproximadamente el 50% de la población mundial está integrado por mujeres y que, de acuerdo con la explicación de Bolen (2012) sobre el millonésimo círculo, esa conciencia co-creadora se despertará tarde o temprano en muchas más de ellas, lo que aumentará la posibilidad de cambio.

En el clan, las mujeres se reconocen en las otras; esto es más evidente cuando lo que ellas dicen las interpela directamente al escucharse como experiencias conocidas. Las historias de las demás en torno a la menarquía o la menstruación pueden ser similares a las suyas; lo que narran se parece a su vida cotidiana. El autoconocimiento, cuando ocurre junto con las compañeras de clan, se convierte en un encuentro protegido, jubiloso o triste, pero siempre contenido y sostenido, apoyado por las otras que escuchan y entienden lo que pasa. La fuerza del círculo desde esta perspectiva estaría en el grupo que lo forma.

El círculo es donde las mujeres adquieren su identidad: el círculo familiar, las redes de apoyo, incluso las mujeres del entorno cotidiano con las que se tienen desavenencias y conflictos. Para las comunidades ecosociales de mujeres, el círculo es el arquetipo ideal de organización: sin jerarquías, de apoyo entre unas y otras, de contención, de catarsis, de crecimiento e impulso en una espiral evolutiva que conduce hacia un nuevo mundo, del que las mujeres, reunidas en círculos que se entretejen en todo el planeta, son las artífices.

El carácter comunicacional de las tecnologías de la información y la comunicación ha desempeñado un papel fundamental en nuestra sociedad. La sociedad informacional (Castells, 2002) es un asunto estrechamente ligado a la comunicación; nuestras relaciones, desde las individuales hasta las globales, tienen cada vez más un soporte tecnológico que las permite, potencia y configura. La posibilidad de tender redes, presenciales y virtuales (unas ligadas o no a las otras) es fundamental en los proyectos de los círculos de mujeres, carpas rojas y otras formas de comunidades evolutivas, con el propósito de hacer oír la voz de las mujeres, para quienes el grupo, el clan o el círculo, es su soporte y su contención con el cual se resignifica su propia identidad.

Las comunidades ecosociales de mujeres llevan a cabo reuniones presenciales y en línea, ofrecen talleres, charlas y cursos; algunas promocionan la venta de algún artículo en páginas web o en redes sociales. La mayoría expresa sus propios planteamientos respecto a las mujeres o comparten contenido de otras páginas afines. En muchos de los casos, a partir del uso del internet estos grupos se hacen visibles.

El ciberespacio está presente en las estrategias de las comunidades de mujeres para llevar a cabo sus objetivos. Convocan al trabajo conjunto, ponen a circular en internet discursos sobre menstruación, sanación y desarrollo espiritual, como parte de su objetivo de cambiar las concepciones actuales al respecto. Al adquirir y promover una mayor conciencia y autoconocimiento, las mujeres son soberanas de sí mismas. Esto constituye con uno de los fines principales de su actuar. Con base en esto, y en lo expuesto anteriormente, podemos llamar a estas comunidades como las definió Touraine “agentes de la transformación del cambio cultural” (2007, p. 126).

Por último, el componente tecnológico añade una densa complejidad que tiene que ver con su capacidad de actuar en red, de crear comunidades virtuales, de potenciar sus prácticas o determinarlas y limitarlas. La discusión sobre el uso que hacen de las TIC las coordinadoras de las comunidades ecosociales, y cómo estas se articulan con su proceso reflexivo, se inserta en otras preguntas en torno a las mujeres y su acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, así como de las posibilidades en materia comunicativa, las implicaciones culturales y sociales de hablar de comunicación a través de internet, las dimensiones globales de participación que suponen las tecnologías, los derechos en torno a la información, y un largo etcétera.

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Ana María Navarro Casillas. Doctora en Estudios Socioculturales. Profesora investigadora del Departamento de Comunicación. Universidad Autónoma de Aguascalientes. Correo electrónico: anama.navarro@gmail.com.

El temazcal es una construcción que puede ser de palos de madera cubierta con varias capas de lona o cobijas o bien estar hecha de materiales como cemento o barro. En su interior las personas se reúnen en una distribución circular alrededor de piedras al rojo vivo, sobre las cuales se vierte agua para provocar vapor. Se trata de una práctica proveniente de pueblos originarios de América del Norte y Mesoamérica. La intensidad del calor en su interior, aunado con oraciones, cantos y una persona que guía el trabajo espiritual, logra un efecto místico en quienes participan. Se trata de una experiencia metafórica para las comunidades ecosociales de mujeres, para quienes el temazcal simboliza el útero de la tierra.

Tesis doctoral: Análisis de la reflexividad de las comunidades ecosociales de mujeres como agentes de cambio cultural. Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2016.

Hoy en día estas características de los medios (almacenamiento, análisis, recuperación y reproducción de información) son parte constitutiva de los medios electrónicos actuales y de las tecnologías de información y comunicación en general.

Cursivas en el original.

Durante las entrevistas con las coordinadoras de las comunidades ecosociales de mujeres, realizadas entre 2015 y 2016, la mayoría se manifestó en contra de ser catalogadas como feministas a pesar de que los datos muestran que sus discursos retoman muchos términos provenientes del feminismo y particularmente del ecofeminismo. Esto está relacionado con la crisis sobre el término feminismo, al cual se le percibe como una etiqueta que excluye al resto de las mujeres que no se asumen como feministas o que representa ideas radicales de enojo y lucha, en lugar de sanación y armonía. Cabe señalar que dos de las coordinadoras sí se asumen abiertamente feministas.

El orden en que se enuncian aquí no representa un grado diferente de importancia entre cada una de las preocupaciones.

https://www.facebook.com/CirculoDeMujeresMadreTierra/

https://www.deannalam.com/global-network/global-network-latin-america/

Cursivas en el original.

Navarro Casillas, A. M. (2019). La importancia del círculo. Las tecnologías de la información y la comunicación en la conformación del clan de las mujeres. Paakat: Revista de Tecnología y Sociedad, 9(17). http://dx.doi.org/10.32870/Pk.a9n17.449





PAAKAT: Revista de Tecnología y Sociedad, año 14, número 26, marzo - agosto de 2024, es una publicación electrónica semestral editada por la Universidad de Guadalajara, a través de la Coordinación de Recursos Informativos del Sistema de Universidad Virtual. Av. La Paz 2453, Col. Arcos Sur, CP 44140, Guadalajara, Jalisco, México. Tels. 33 32 68 88 88 y 33 31 34 22 22, ext. 18775. Dirección electrónica: http://www.udgvirtual.udg.mx/paakat/index.php/paakat. Correo electrónico: paakat@udgvirtual.udg.mx. Editor responsable: Dr. Lázaro Marcos Chávez Aceves. Número de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título de la versión electrónica: 04-2011-111117155600-203, e-ISSN: 2007-3607, otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Sistema de Universidad Virtual, José Antonio Amaro López. Fecha de la última modificación: 29 de febrero de 2024.

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